30.11.04

Un dios en la montaña

Por un prado de bosquejos minúsculos, flores y ruiseñores al son de la eternidad danzaban los sueños del joven Khalid. Languidecía su realidad cuando en el portal de la sociedad se encontraba su cuerpo, luchaba por sonreír pero encontraba ese duro llorar. Un día, en su prado donde apaciblemente pacían numerosos mamíferos multicolores, observó al ras de su sombra una senda movible de miles y miles de hormigas que se deslizaban en una dirección pero en dos sentidos, como si fuera una gran mole plana de asfalto por la cual rodar hacia el norte o hacia el sur. Siguiendo uno de los dos lados hasta el final encontró un gigantesco hormiguero, del cual entraban y salían muchos individuos. Comenzó a observar detenidamente los movimientos que realizaban: los que salían lo hacían de vacío, se cruzaban con sus supuestos amigos que regresaban de una larga jornada de trabajo; los que volvían traían algo entre las mandíbulas, siempre algo de riqueza en su mundo, la cual no era más que alimento. Los movimientos de unas y otras al cruzarse eran disuasorios, choques a gran velocidad intentando protegerse y reconocerse, roces frontales para intentar visualizar el tamaño del amigo u oponente. Las más listas se dispersaban por los flancos, las menos intrépidas desfallecían en medio de la conjunción de pasos que trotaban por encima de sus cuerpecillos. Khalid empezó a clasificarlas, a pesar de los cientos que entraban y salían cada minuto. Algunas de ellas tenían que ser arrastradas por otras, “había de sobra”, se dijo, mientras contemplaba cómo su dieta era de lo más variada y hasta sus desvalidos, heridos y muertos eran aprovechados también. Se dio cuenta de que en su viaje la ceguera les tapaba la realidad; en un devenir continuo en pos del fruto sagrado habían olvidado quiénes eran sus hermanos, padres, primos y demás familiares si es que algún día fueron conscientes de que los tenían. Habían sido concebidos para una misión, la de alimentar los futuros huevos, las clases altas de la hegemonía hormiguera y llenar su despensa de comida para soportar el frío, el agua y el desasosiego. Entre toda esa maraña de individuos que caminaban con ganas de cumplir con el trabajo cuanto antes también había clases sociales, en el centro del hormiguero había individuos más grandes que los demás que salían y entraban, más grandes que los normales, más fuertes en apariencia y de más valía, supuso, para la gran ciudad que se escondía bajo su mirada. Esas hormigas gigantes parecían ser las capataces de tamaño tinglado, dirigían y ordenaban hacia dónde salir a las trabajadoras que salían, Khalid las llamó directrices. Otras, un poco más dentro del hormiguero y entre la densidad de las pequeñas, sobresalían por el tamaño de su cabeza, eran pocas y su aislamiento le indujo a pensar que se ocupaban de la protección de las futuras estirpes, las llamó reinas. Y entre el populacho incomprendido, amo todopoderoso del trabajo enérgico y alimentador de la riqueza de la extraña ciudad que se abría ante sus ojos y ante su moralidad, desvió su vista hacia las hormigas obreras, tal y como las llamó tras un no muy largo pensar. Conoció en ellas los rasgos de la servidumbre, de la incomprensión, de la irritabilidad excesiva por llegar a desempeñar antes que ninguna otra su trabajo excelso cueste a quien le cueste, y pensó. Su yo se transformó en un híbrido entre ser humano y hormiga obrera, y se transportó hacia las montañas que trascendían a lo lejos de sus ojos de humano.

Sus árboles habían visto demasiados asesinatos, su suelo había sido pisado por demasiada hipocresía, por rudo interés y por unas absurdas ideas de poder que concluían en mandatos de intolerancia y persecución de las ideas de progreso para constituir un reino, dinastía o régimen tiránico, ya no sabía encauzar el papel que le había sido reservado a su alma de crecer en libertad. En constantes luchas por el hambre y entre las tinieblas que llegaban a sus oídos por parte de militares, los rumores de escape se trasladaban de joven en joven hasta que se decidían a nadar si fuera necesario hasta orillas de pan y buena vida. Khalid nadó, se hundió y flotó para llegar a las costas que auguraban los ecos de su tierra. Encontró oposición y resistencia egoísta entre las gentes, que vivían en calles llenas de casas con tiendas de comidas y ropas, parecía que el orden imperaba en ese mundo, completamente distinto a lo que había vivido, estantes de libros se abrieron paso a su admiración. La inteligencia se había visto crecida gracias al acceso a la cultura y a la libertad. De los errores cometidos por sociedades anteriores se aprende a construir la nueva sociedad sin tantos fracasos. Pero el poder puede trocarlo todo.

Un rincón de dioses, pensó. La mente de Khalid en lo más alto de la montaña podía vislumbrar la más lejana de las vidas que le rodeaban. Explorando la ancestral sociedad del hormiguero concluyó sus pensamientos: esas obreras que trabajan día y noche por alimentar las futuras manadas de hormigas que proseguirán haciendo su mismo trabajo cuando vivan tienen una filosofía de vida, cierto es que se la han impuesto, igual de cierto que es necesario para la conservación de la especie. Las directrices controlaban todo sin trabajar, las reinas vivían de las rentas conseguidas por las hermanas obreras, aunque ese matiz conceptual entre otras cosas marcaba la diferencia. Una sociedad de clases gobernada por unos pocos, comprendía Khalid, es tan difícil comprender, decía mirando las azules nubes que esquivaban la montaña. La diferencia son nuestros centímetros cúbicos de capacidad cerebral, donde se mezclan o se deben mezclar todos los valores para ser iguales. Pensó que entre los seres humanos todos somos iguales, quiso pensar en que no existían las clases sociales que no llevaban a nada más que a una rebeldía justa por conseguir la igualdad. Pensó en el conocimiento de todos, pues nos tenemos que ayudar los unos a los otros para poder vivir a gusto, en paz y felicidad. Pensó, finalmente, en controlar desde allí el poder que le había sido asignado a su alma, antaño joven guerrera y fuerte como la hiel, y se propuso reorganizar esos bosquejos que rodeaban el prado que tanto tiempo había pasado por su mente, esos astados permanecerían consumiendo el verde que seguiría creciendo ante las miradas de los millones de insectos que caminarían bajo él, dulce y cortésmente se saludarían con grandes abrazos amistosos y los más ligeros y alados avisarían a los seres más grandes por encima de ellos su presencia en el lugar, para evitar accidentes no deseados. Aquella sociedad de clases del gran hormiguero se aboliría para encargarse cada grupo de la alimentación de su familia, y si alguien lo necesitaba, por supuesto, se le ofrecería ayuda.

Esa sed de poder también estaba presente en las sociedades humanas. No lo comprendía. No podía comprender cómo, entre la abundancia, podíamos recurrir a tan poco. Para él ese deseo de tener riqueza, manifestada de diversas formas en el mundo industrializado, consumista y televisivo, no era más que un pretexto para buscar otra vida. Khalid encontró al llegar a un país del primer mundo mucha pobreza mental. Desprecio, miedo, incomodidad, distinción, violencia, racismo, incomprensión. Le resultó increíble ver cómo el desarrollo social había sido gigantesco, pero la mente aún podía ser más trabajada. La cultura vasta que estaba en vigor de esa sociedad sucumbió ante las nuevas necesidades que pedían un cambio. Admiraba la enorme catapulta de la educación, se prendó de todo lo que significaba saber. Y tras años de convivencia austera con muchos de los ciudadanos ha aprendido a vivir; se ha integrado en una sociedad en la que perfectamente puede existir, pues no es más que un ser humano que ha absorbido de los libros el poder de saber distinguir lo que está bien de lo que está mal, nadie mejor que él sabe lo que significa ayudar, no hay mejor forma de apreciar algo que careciendo de ello, sabe que debemos luchar por la igualdad porque todos somos iguales, no importa la raza, el color, el idioma, el sexo ni la religión. Ha aprendido a vivir en paz, ha aprendido a amar ese pedazo de prado de color alegre que se viste ante sus ojos día tras día con multitud de animales y personas respetuosas, y sólo pide que se le respete.

26.11.04

Aryan

(...) no entendía muy bien el motivo de aquel ritual en el que la sangre bordeaba la sensación de mareo de esos seres, perdían por momentos cantidades ingentes, sus rostros parecían morir de terror al ver su propia sangre pero no al sorprenderse de el grandioso ser que tenían delante. Así era este bicho, desangraba a sus víctimas con una tranquilidad pasmosa, caían a sus pies admirando su poder presas de un gozo exquisito y sobrenatural llamado sexo, los nervios se alteraban, la piel se erizaba y un estremecimiento viajaba por todo el cuerpo desnudo, espasmos de muerte, atisbos de inconsciencia, ardor por llegar al clímax (...)

Extracto de "Aryan"...


19.11.04

citas

En la televisión había unos pseudointelectuales que se creían que sabían mucho, tanto es así que nos lo hacen creer, y me pregunto ¿quiénes se han creído que son? Da pena oírles hablar. No les afecta el cosquilleo del directo, el millonazo de ojillos puestos en las arrugas y demás defectos de sus maquillados rostros parece pasar desapercibido ante sus enunciaciones que no son más que eso. Oyen voces de sus compatriotas asintiendo con la cabecita con la mirada clavada en un punto fijo: los ojos del interlocutor y compa?ero de tertulia. Y esto lo consiguen y nos hacen creer que están a todo, pese a que sus mentes están recordando aquel párrafo que se aprendieron de memoria mientras iban de camino al estudio en taxi pagado. Sí, aquel párrafo que, como tantas y lamentables otras veces ya habían usado en otros espacios televisivos, radiofónicos, periodísticos y humanos. Aquel en el que rememoraban a un autor de algo, a un yo qué sé, sea famoso, sea un clásico, ya podrá ser desde Homero y no creo que ninguno antes hasta Joaquín Prat o el empresario Pocholo, que hay que tener güevos pa comprarle. Se miran mientras el uno parece que habla con el otro, largan su parrafada esperando una interrupción cuando la calvicie del otro deja de subir y bajar en ascensor y callan pensando en cuál será el siguiente; vaya, han citado a Góngora. Ahora a Hugues, otrora a Ronaldinho. No se cansan, madre mía cuánto han leído estos tipos que se han aprendido lo que decían estas otras gentes, y cuántos y cuántos, de El Bierzo no deben ser, sin ofender que sólo era un ejemplo, podría haber dicho Móstoles, ya puestos. Se miran y se intercambian el planeado turno, desconocen lo que significa la palabra escuchar, no les entran sudores ni con los focos porque sólo piensan en una cosa, tan sólo rescatan de sus cerebros a más y más personajes que citaban algo y que aunque no vengan a cuento quedan bien. El programa tiene audiencia y un toque intelectual. Se habla de él en la sala El Sol, en la Fnac, en el Café Gijón, no me lo creo. Sus carteritas negras se han extendido a todos sus amigotes -hay miles de esnobistas-, y sus gafas de pasta les dan un toque bohemio, y unido todo a unos zapatos de vanguardia de Zara con una camisa de seda oscura y el cuarto de bote de gomina en un pelo ligeramente despeinado según las tendencias de Cosmopolitan lo clavan: son el futuro, y además está ahí como dicen los anuncios de afíliate a las fuerzas armadas. Y la verdad es que a decir verdad me ponen de muy mala hostia. Estoy hasta los cojones de ver cómo salen licenciados en periodismo con faltas de ortografía irreversibles, en los periódicos falta calidad a la hora de redactar y se ven fallos sintácticos porque los de puntuación me los salto, estos de la tele no saben hablar improvisando y todos ellos me recurren a la mierda de las citas, y si no a los latinajos, que también se han puesto muy de moda pese a que ni Cristo sabe nada de latín. Un respeto, por favor, que nadie se ría apuntando lo que dice Ronaldinho para luego escribirlo, y tampoco creo que para hacer un buen periodismo haya que recurrir a todo lo que recurren nuestros periodistas, esos cultos y repipis amigos que cada día aparecen para ganar dinero nuestro como intelectuales cuando en realidad son una panda de papanatas. ¿He dicho ya que en un futuro estudiaré periodismo?

16.11.04

Amor por amor, orgullo de soledad
cuando te alías con la marea en calma
revientas tus halos, desdichas con bondad
devienes en la paz que acaricia el alma.

14.11.04

caricias

?Alguien sabe lo que es una caricia? Sí, seguramente todos lo sepamos. Es un roce, y ?cuántos sabemos acariciar? Pues no hay leyes, no hay normas, no hay condiciones, pero tampoco hay excepciones a las caricias. Seguro que si vamos pensándolo un poco más nos daremos cuenta de lo poco que acariciamos si es que acaso sabemos hacerlo. Y sí, ya sé que quien tiene un perro tiene un tesoro, y quien tiene un gato un peluche, pero aquí me refiero a las caricias por amor.

?Qué pocas se ven! ?Verdad? Y es que se están en peligro de extinción. Hoy en día nadie se acaricia, nadie acaricia a su pareja, y me pregunto por qué. Cierto es que vivimos condicionados a una trepidante aventura en la que se madruga, se trabaja, se come y se vuelve a trabajar para llegar a casa hechos polvo, dormir, repetir lo mismo el día siguiente y el día siguiente hasta el sábado, donde se come en casa de los suegros o padres y por la noche se fornica para descansar plácidamente tras un brevísimo orgasmo y llegue el domingo para comer de lata y tirarse al sofá o mucho peor, ir al cine, ay, peor porque al volver no hay dónde aparcar. Cierto es que esto identifica al noventa por ciento de las parejas, ?o no? Pues sí, claro que sí. Y es lo que nos marca, nadie nos dice haz esto o lo otro pero se nos ense?a el camino. Y todo esto está ligado a la mala educación que recibimos, al deseo de dar respiro a nuestras vidas tras tanta tensión laboral, o familiar, o conyugal semana tras semana. Todo lo que se nos mete en la cabeza tiene una razón de ser porque somos máquinas manipulables y tercas. Y qué fue del amor. Qué fue de la imaginación, qué fue del tiempo parado, del poder de una mirada, de la magia de un beso.

Todo depende de nosotros. Sed felices, pero dejad la prisa, dejad el cine, dejad todo por una caricia. Y mantened esa caricia con cari?o, nunca con la maldita costumbre.

7.11.04

... y vaya poderes

Vaya. Qué debacle. Aún no salgo de mi asombro. En mi defensa diré que no utilicé todo el poder que debí haber utilizado, porque cualquiera que lea esto dirá este tío no tiene ni poderes ni nada. El tema requería más concentración, y más aún, ya no sólo no estaba en mi mano sino que a efectos de mi poder no merecía la pena gastarlo -mi poder se va consumiendo, claro...-, prefiero reservarlo para cosas más importantes dentro de mi vida, y aquí entra en acción el todos vamos a lo nuestro. Pero por desgracia, y qué jodida desgracia, eso también nos afecta, y no sé muy bien todavía cómo. Lo fundamental será de forma económica, lo de fundamental será para muchos. A mí en concreto no me importa. Si se retrasa la... mejor me voy a callar, anda. Cambiemos de temita. ?Que no! Es que este sistema de votación no me convence. ?Qué puede pasarles a los cabrones de tejanos, si saben que si pasa algo es en Nueva York, California o Washington? Y qué casualidad que en estos estados hayan... Bueno a rezar, qué co?o, para qué, si sabemos que estamos controlados por una red mundial de coleguitas que son los amos del mundo, los se?ores del dinero, los del petróleo, las dinastías y la CIA. Sigamos viendo el puto fútbol, y en su defecto los jodidos -y nunca mejor dicho- y pobrecillos toros. Hay que joderse.

3.11.04

Poderes

Desde hace mucho tiempo considero que tengo poderes. Tantas y tantas cosas de las que hago van condicionadas a ellos, y otras muchas que pienso también. Y qué curioso, que nunca nunca me han fallado. Claro, si no no serían poderes. Hay personas que dicen que leen las mentes, que curan a enfermos, otras que ven llorar sangre a jarrones, paredes, pedazos de tela. Otras ven alitas a hormigas en pleno verano, y en invierno a otras cosas; hay otras que ven el bien donde otros, simplemente, vemos el mal. Y ahora y durante un rato largo casi todos mis poderes van a estar dirigidos a un fin: volar hacia unas mentes recónditas a muchos kilómetros de distancia para que voten a Kerry. Ha de ganar.

2.11.04

Puré de patatas

Qué pelo más grasiento. Salió de allí haciendo fu fu. Con una camisa de raso azul familiar, un poco transparente y sudorosa, calle abajo sin contemplaciones, con una lluvia de petardos y cohetes que estallaban a dos pasos de él. Uno de ellos se le incrustó en el brazo, le ardía la camisa, la piel y las ganas de quitárselo de encima, corrió más y más entre explosiones de placer -al parecer-, luces de júbilo y demás retorcidas chorradas de las alegres sonrisas petarderas que le imbuían una y otra vez en su fiesta. Cuando llegó a la puerta no había nadie, abrió, entró y cerró y por ese orden, si no no podría haber visto lo que vio. En uno de los cuartos estaban tumbadas tres mujeres, las mismas que en la peluquería se reían de ver la escena. Aparentaban sue?o, yacían boca arriba muy juntas -lo que le pareció raro- y con la boca entreabierta, se acercó y descubrió lo que no había pensado ni podía pensar, más que nada porque era imposible. Sus melenas estaban completamente desbaratadas, nada parecido a lo que había pasado en la peluquería, donde estaban bajo un calefactor blanco que hacía un ruido horrendo. Se reían de él como condenadas en sus sue?os más íntimos, con revistas a todo color cargadas de fotos de personas sin texto, y de vez en cuando se levantaban para agitar sus rulos al aire y menear el trasero de forma poco original pero resultona. Completo horror, no daban se?ales de vida, no sabía qué hacer, no sabía cómo salir, el brazo izquierdo profundamente herido con bastante sangre y las manos pegajosas como la sangre misma. Muertas, se dijo tras asumir la delicadeza de sus manos la excelsa tarea de reconocer o no reconocer sus vidas. Nervioso, ansioso de volante, cerró la puerta, bajó y subió al vehículo hasta el valle del álamo, al final del prado, para que le hablara la única persona de este mundo que le hacía caso, su Lope. Pensaba mientras aceleraba la máquina negra que parecería una fiera a los mosquitos que se cruzaban en su camino que le quería, que era afín a él, se entendían, y además se querían. Le ayudó su imagen antes de rozar a un deshojado, antes de cada frenada, antes y después de llegar a verlo. Hablaron poco, volviendo al volante del desasosiego hacia la mansión, tras haber mantenido una absurda conversación. Antes y después de bajar del preciado coche había luces cegadoras, y mientras cerraba la puerta se volvían a repetir los murmullos de fondo, cada vez más cerca de sus oídos. Subió, no había nadie en la calle, en ningún sitio, al abrir encontró a Lope en la misma situación que ellas, encima, constituyendo un montoncito sin vida de materia inerte que no respondía ni a las patadas que les propinaba. Bajó y corriendo subió calle arriba con idénticos caramillos de virtud supuesta que no llegaba a comprender. Cohetes y ruidos se agolpaban contra él, le deseaban en todo momento, al igual que Lope, que en sus sue?os sería su único amante o al menos el único no desquiciado de todos con los que solía acabar. Fuego en un muslo, le ardía la pierna izquierda, le habían hecho una herida abierta de fuego y cenizas, pesaba, tardó en llegar a la peluquería que continuaba con la puerta abierta.

Entró tras advertir de un corte de pelo, sentadas a su izquierda tres mujeres con sonrisas entre rápidas palabras farfulladas como la seda, más cerca un ridículo espejo a su derecha y enfrente el peluquero, un tipo medio con una curiosa vestimenta brillante a la luz, amarillo reluciente y elásticos ajustados violetas, zapatillas ridículas -como todo- y boina hortera negra que descuelga. Tras haberse sentado echa la cabeza hacia atrás, saca un barre?o de una pasta amarillenta, una masa pringosa y pastosa parecida al puré de patatas de Lope, ya no siente dolor en la pierna ni tampoco en el brazo, ya sólo se siente inmerso en el barullo de fondo que dirigen las tres mujeres de su izquierda, ahora le aplica la masa asquerosa del sucio recipiente por la cabeza, restriega una y otra vez rascando con las u?as negras, cargadas de basura orgánica y apestoso dinero, grasientas al rehogo de la pasta. Cierra los ojos, intenta olvidar lo visto, pero al abrirlos se ve con todo eso colgando de la cabeza, y risas y risas de fondo provenientes ya ni sabe reconocer. Después de levantarse salió corriendo calle abajo hacia la casa. Más petardos, más pitidos, las luces le perseguían pero seguía corriendo. Hacia el fin del enigma, quería descubrir bajo su terquedad qué estaba pasando este día tan extra?o, nada iba bien con malas compa?ías por arriba sin saber exactamente qué era arriba ni por qué. Se le pasaron por la cabeza un sinfín de cosas pero ninguna encajaba, todas eran desencadenantes de un pensamiento de Lope. Un día le había dicho que iba a morir. No dio detalles asegurando que no quería asustarle, que viviera, que saltara, que se prendara de alguien racional entre los suyos con quien compartir un día triste o alegre. Oídas desde muy joven, aquellas palabras tan bien grabadas no obtuvieron respuesta. Se había enamorado de la forma de decirlas, no ya de él mismo que le volvía loco, sino de su forma de afrontar las situaciones y de resolverlas, sobre todo. Solía hacer a veces para casi todos una pasta amarilla que mojaba en el arroyo para que no se quedara tan densa, y la ofrecía a quienes la quisieran; de ahí que le recordara todo a estos días en los que se comía todo lo que él hiciera para estar cerca. Pero en el fondo
Lope era uno más. Él no siempre le tenía en la cabeza, pero en situaciones desesperantes como esta aparecía con firmeza y pies de plomo. Además nunca llegó a nada con él pero verle muerto y acordarse al cabo de no sé cuánto tiempo le impresionó. Precisamente porque le hizo recordar todo lo prohibido, digamos. También se acordó de quiénes eran las tres mujeres de boca entreabierta que yacían cuerpo sobre cuerpo en el vestíbulo de la gran mansión circular. Y fue ahí y no antes cuando le entró el pánico en el cuerpo, coincidiendo con la vuelta del conocimiento pero no de la frialdad de su mirada. La piel le temblaba porque el inevitable dolor había regresado a sus carnes estampadas con un horrible signo parecido a un número. La velocidad de la máquina ya no era tal, iba descendiendo a medida que los jadeos nacían y crecían dentro de sí mismo antes de llegar a la casa. Resbalaba una y otra vez pero se levantaba con fuerza y ganas de llegar, intentaba no escuchar el vocerío que resplandecía junto a las luces en algún sitio del cielo, alguien le estaba castigando con la debilidad -pensó- impropia de él. Lo conseguía, volvía a levantarse y a caminar lentamente, esta vez para dilucidar quién demonios le tiraba al suelo y por qué cada vez le dolía más la quemadura tan terrible del muslo que no podía ni mirarse por miedo al desmayo. Nadie, una y otra vez iba al suelo empujado por la trampa de pitidos, luces y sinrazón que le albergaba una multitud escondida y cegada por el tumulto de lo absurdo. Se echó pensando en que no tenía ganas de nada, no quería oír lo que oía, anhelaba la paz del prado verde, deseaba tener a Lope al lado para estar con él, para mirarle a los ojos, para que le hablara con su tono de voz tan resonado y dulce para él. Quería asegurarse de quiénes eran las tres mujeres de la peluquería, resolver el enigma que desde hace mucho tiempo se le impuso y por supuesto, ver al peluquero, quien se le había evaporado de la mente desde que le echó la papilla por la cabeza y seguía despotricando cuello arriba cuello abajo para quitársela de encima. Abre y cierra rápido los ojos para dejarlos completamente abiertos, parece que hay voces, pitidos en torno a la puerta de los cuartos de la gran casa. Petardos dejan de sonar y los cohetes cesan de dibujar lanzas humeantes por el aire en su misma dirección. Incluso algunas luces descienden de intensidad, poco a poco el silencio gana paso hasta desembocar en la calma. Se sorprende, se arma de valor, de fuerza y de velocidad, incluso llega a creer que todo ha acabado, que tras esa puerta estará Lope con una de sus sonrisas espectaculares y se dirigirá a él para charlar un rato. Corre hacia allá con su valor propio enriquecido con las ganas de saber. Tras atravesar la puerta descubre la misma monta?ita. Lope en lo alto sin vida, sin hablar, sin regurgitar el placer de proporcionar a los demás los ratos de antes. Se ha acabado todo eso y lo confirma porque está consciente. Las otras tres yacen muertas y aunque sabe quiénes son se lamenta de ver perdido a su Lope. Al girarse le retorna el dolor a su cuerpo, se siente herido y corre hacia la otra puerta en busca de su sino. Por fin, a unos metros y con todo el silencio del mundo, el peluquero se le acerca con una espada en la mano amenazante. Se la clava y se hace la luz. Con el griterío de fondo cae asesinado en un ruedo de arena que parece un enorme plato de puré de patatas en el que un tenedor y un cuchillo le han quitado la vida.


1.11.04


my sobri Posted by Hello

Lo que es es

Hay algo cierto, que esto es como es y si no lo fuese así no sería así. Si llevamos esta máxima a cualquier zona que nos rodea encontramos la respuesta. No se puede creer en algo porque no es, no existe, no es cierto.

Hojas

María había volado como las hojas caídas de los almendros, dando vueltas y vueltas sobre sí misma de un color rosa blanquecino. El viento la arrastraba lejos de su árbol, lejos de sus principios y lejos de su vida. Ella era una de aquellas volubles hojillas tan suaves que caían sin peso alguno. Por supuesto había un sinfín de hojarasca tersa que poblaba el suelo del peque?o parque. Pero María era una de las suaves, era una de esas que hacía partícipe a las demás parecidas a ella para separarse del tronco y sus raíces tan secas por la maldad, la hipocresía y el desamor. Las ramas eran la vida, la vida que había crecido como tantas otras, todas iguales en sus aspectos básicos pero en diferente constitución. Ella se movía a golpes de aire, el árbol en cambio permanecía impasible.

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