27.1.05

Raro

Un día raro. ¿Amargo? No, no si estás ahí. El aire soplaba hiriendo párpados, las manos quedaban inútiles y la máquina se aceleraba irremediablemente en sus funciones de calentar la superficie epitelial. Qué cosas. Siempre hay un exterior y un interior que son radicalmente opuestos. Diferentes como un interior y un exterior. Poco frecuentes. Raros como un exterior y un interior, interior exterior, exterior e interior, y vamos a dejarlo ya. Todos tenemos ese interior y ese exterior. Y todo también lo tiene. No es que sea por nada, es que tiene que ser así, y es así, no vamos a cambiarlo nosotros por ahora. Pero me refiero a ese interior y exterior de una persona. Qué raro. Qué día más raro. No sé si será amargo, y seguramente no lo sea. De hecho no lo es porque siempre estás, siempre das calor a ese exterior y a este interior que se siente raro. ¿Amargo? No. Sólo un poco frío, treinta y siete grados por debajo de lo suyo.

24.1.05

Morior III

Alfonso se estaba muriendo. No sabía por qué se miró en aquel espejo. Una tarde pasó en el bosque, junto al río, junto a un espejo roto que encontró por el camino. Dudó de su valía, lo quiso tirar. Pero no, no lo tiró. Lo llevó al río y con la cara bien limpia en agua mágica, Alfonso se miró. Todo él brilló. Rayó la luz la densa estepa verde que cubría su aura encantada. Alfonso estaba dejando de ser Alfonso. Él siempre quiso soñar con una vida mejor, con una vida en la que pudiera volar, en la que pudiera saltar de esta tierra que pisaba con su mente tan lábil. Él quería ser el gran mar, no charco del desierto, no fuente cristalina. Su pasión era el mar. Aquel día el espejo se le cayó. Asombrado de lo que veía, Alfonso descubrió su verdadero poder. Creyó que no era humano. Creyó que era un ser celestial, que volaría, que sería capaz de nadar, nadar tanto hasta fundirse con el gran mar. Aquel día el espejo se le quedó allí. Regresó y soñó con todo lo que haría cuando fuese mar, cuando tocase la tierra y el cielo con la misma mano, cuando arrastrara todo el agua para bañarse en las altas cumbres. Pensó y no tardó en darse cuenta de que no era él. Oía ruidos por todas partes. Oía voces. Oía el viento pasar aquí y allá, las corrientes se fundían en torno a sus alas. Paseaba entre nubes de algodón fino y suave, paseaba entre los rayos brillantes de ese sol que le iluminaba los ojos y le mostraba el camino adonde ir. Cuanto más pensaba en su vida, en sus deseos de ser océano, de ser aire, más se daba cuenta de que no era él. Alfonso no se veía, ¡increíble! Se desvanecía toda aquella seguridad que antaño le perteneció. Desaparecía del aire para adentrarse en su sueño, en el gran mar. Perdió el control de sí mismo. No podía distinguir tanto cielo entre tanto mar. Y la confusión se apoderó de él. Porque Alfonso no sabía lo que hacía. Era dirigido por alguien. Era dirigido por algo que no encajaba. Por algo que ya no podía mandar ni en él ni en sus pensamientos. Sentía cómo pasaba la brisa marina por la superficie celestial de aquellos magníficos lugares. Y todavía podía sentir eso, tan importante para él. Creyó que su sueño se había cumplido. Pero Alfonso no era libre. No podía hacer lo que quería. Cuando quería detenerse en alguna parte, la deriva lo arrastraba. Cuando intentaba tocar sus tesoros no podía tocarlos. Y entonces supo que no quería eso. Que dejaba todas las preciosidades de este mundo al mando de otro porque su poder era mínimo. Alguien lo controlaba con un mando como el que Alfonso quería tener. Y cuantas más preguntas hacía al fuerte viento del ya atardecer, más se daba cuenta de que ese mando estaba roto, de que lo había hecho sin querer, junto al río mágico. Comenzó a divagar sobre sí mismo en tanto que oscurecía el sueño de la magia. El sueño de ese azul maravilloso a la luz y negro a la sombra. Alfonso caía. Comprendió su noviciado a otro mundo. Y cuando ya todas sus ideas sobre el bien -con el mal- se apoderaron de él, su visión se tornaba poco a poco borrosa, su escucha poco audible y su mente casi blanca, como si un muro de yeso le hubiera privado de su sueño, de su amor, de su vida.

Néstor Loí 8-10-98




Estudios sobre sexo

A pesar de que en el fondo piense que interiormente cada cual tira piedras hacia su propio tejado, Shere Hite no deja de predicar verdades, un tanto escuetas pero inéditas si tenemos en cuenta los estudios desarrollados tan escasos y más allá de eso y más importante, ay, de nuestra propia experiencia. Un premio nobel habría que haberle concedido a Kinsey por investigar algo tan simple y nuestro como las reacciones y placeres de nuestro propio cuerpo, y tan vetado por los que afirman mantener sus ideas, sus esencias y sus cánones que no son más que antiguallas con harapos hartos de pan, vino, sexo y demás olores ocasionados por poluciones nocturnas y diurnas. Un estudio puede ser objeto de un par de tipos de crítica: positiva o negativa. Mientras nuestra opinión sea la de la incredulidad de dicho estudio a nivel general permaneceremos equivocados, pues los datos que se desprenden del informe Kinsey son más o menos lo que cabríamos esperarnos, aunque duelan, y aunque haya personas que lo tachen de exagerado o de ridículo podemos hablar de que se trata de un estudio de rigor serio, aunque fueran encuestas se trató personalmente a cada participante, y todos ellos quedaron recogidos debidamente; no fue una mera encuesta, fue un estudio psicológico y sexual, a pesar de que no fuera sexológico. Las personas que opinen que su estudio no goza de rigor científico estarán equivocadas, pues por aquel entonces -y estamos hablando de que el estudio se llevó a cabo desde el 38 hasta el 63- las limitaciones científicas para tratar de esclarecer este tema eran superiores a las de ahora, en otras palabras, las mentes cerradas estaban más cerradas que hoy, y la iglesia tenía más poder. Alfred Kinsey y sus colaboradores, conscientes de lo poco que se conocían las conductas sexuales en las personas, desarrollaron el programa que encuestó a 18.000 personas con el objetivo de obtener datos fiables sobre las conductas sexuales habituales, de forma psicológica.
El resultado más o menos es:

-masturbación 62% de las mujeres
-experiencia homosexual 37% de los hombres


Tras Freud fue Havelock Ellis quien desarrolló un complejo y gran estudio llamado Studies in the psychology of sex, que algún día habremos de leer: para él la masturbación es frecuente en ambos sexos y no necesariamente mala, y la ausencia de apetencias sexuales en la mujer decente es un mito, y la causa de dicho trastorno sexual es de origen psicológico y no orgánico; decir todo esto a principios de siglo era motivo de enfrentamientos con quienes defendían lo contrario, lo rebuscado y lo infame, con quienes pretendían y pretenden disfrazar la realidad.

Masters y Johnson, este médico y esta psicóloga, pese a estudiar las reacciones orgásmicas de unas 700 personas y analizar más de 10000 ciclos de respuesta sexual evaluando las respuestas vaginales durante distintas fases con un instrumental que posibilitaba medir la respuesta cardiaca y la tensión muscular, estoy convencido de que el empuje a evaluar el por qué del silencio social ante estos temas les llevó a dar a conocer lo que experimentaban ellos en su propio sexo lleno de amor y pasión. Se conocieron en la facultad, en un entorno prohibido, y de ahí que quisieran analizar qué pasaba con el resto. Su trabajo, Human sexual response, lo recomiendo.

Y por último los informes Hite, un cuestionario de unas 3000 mujeres y 7000 hombres donde se analizan las conductas y actividades sexuales, menos fiable que los anteriores, por supuesto.

Las conclusiones que tengamos siempre serán subjetivas, pero debemos intentar hacer algo para que los temas tabúes como este y tantos otros sean llevados al puesto que merecen: el sexo es nuestro, y también el sexo de nuestra pareja si la tenemos, el de nuestros amigos, el de los vecinos, el de los clientes, el de los curas (el que no sea reprobable, claro)... todos esos sexos son independientes de los de los demás, el sexo es infinito, siempre es infinito, y no por ello es malo como muchas personas predican, y no por ello es malo como muchas personas envidian. Bien, esto no es una clase de sexo que bien me habría encantado tener en el instituto, sino una oda al placer, una reflexión sobre el sexo propiciado por el texto de una eminencia en el mundo de la sexualidad literaria, y si dicho escrito trata de la masturbación, es un honor hablar bien de tal acto, puesto que es un acto muy nuestro, de cada uno, a pesar de que se pueda practicarlo con otras personas el grado máximo siempre se alcanza con uno mismo, todos lo sabemos. Es algo natural.

¿Vivir para amar o amar para vivir? Uy, por hoy me voy a la cama. Mejor.

Besos, hoy más que nunca y por siempre.

20.1.05

Recuerdo

Y al final desde lo alto de la montaña se vieron unas luces que le recordaban al pasado, a la vida entera de alguien que había vivido allí, extraño, sin maldad, sin nada tangible, tan sólo sueños. Sueños de vida en vida de sueños. Y tras el resplandor del alba, la luz jamás desapareció ni en su vida ni en sus sueños.

11.1.05

(...) y una nube rodeaba su cuerpo con fuego, el fuego del deseo, del placer, del abismo insaciable de lo desconocido, llegaba a ser franqueable, se asomaba al otro lado, de hecho manejaba el otro lado a su albedrío, el oscuro de sus intenciones, el ardor de sus labios. Podría pasar sin problemas, vivir hasta ni sabía cuánto algo nuevo, distinto, desconocido. Rompería con su hábito, con el arcén de su fuego, con su voz, su mirada, su piel escurridiza, sus ganas de huir del mundo, del otro. ¿Qué haría? Su decisión le marcaría, sus ganas de escapar le levantaban. Pero su corazón se impuso. Entre llamas una mano femenina se alzaba en señal de ansia por querer cruzarlo, y sin embargo otra sobre su cuerpo le incitaba a quitarse la vida repentinamente por el sufrimiento. De la nada y resplandeciente de luz se alzó por encima del círculo poco a poco hasta divisar por completo el otro lado, y voló en dirección al único deseo que ya poseía por naturaleza propia: su vida. (...)

6.1.05

Por qué

¿Por qué por qué? Me pregunté esto porque quería saber el porqué del por qué, y llegué a la conclusión de que de no ser por que lo pensara no hubiera sido jamás un porqué.


5.1.05

Santa Claus

Acababa de entrar el invierno en el pueblo. El mar calaba las zapatillas de Miguel con un agua fría lacerante. Estornudó varias veces después de quitárselas junto al brasero, una vez en casa y con la malla de pescados a medio llenar. Su padre le había dicho que el día siguiente habría regalos, tendría uno sobre la ceniza de la chimenea una vez que lo hubiese arrojado alguien, un amigo de todos los niños a quien nunca había visto y que por las noches de navidad sonreía a todos con un regalo.

Pero él no deseaba ningún regalo, ningún juguete, se acordaba de su madre y anhelaba en todo momento estar con ella. Cada vez que le preguntaba a su padre por ella siempre le contestaba lo mismo y no de buenas maneras, un ya volverá que sonaba demasiado bruto como para ser real a la percepción de un niño. Muchas veces Miguel solía llorar en lo alto del acantilado del pueblo, al pie del faro. Se sentaba en una roca admirando el infinito del agua a sus pies y lloraba porque no sabía qué sería de su madre. Siempre recordaba de ella un beso en la frente al dormirse, aquel beso tranquilizador, sin miedos, sin prisas, sin engaños. Y un día todo había cambiado de repente, su madre se fue o eso es lo que le decía su padre, se fue porque estaba loca.

Aquella noche Miguel soñó que volaría en un carro sin ruedas y sobre dos barras verticales deslizantes, una a cada lado. Las riendas estarían tomadas por un hombre con una gran barba blanca y un traje rojo forrado en su interior con borreguillo blanco. Y el trineo, que así lo llamaba Santa Claus, sería remolcado por la fuerza de dos sonrientes arces alados. Juntos sobrevolarían los cielos de todo el mundo a una velocidad tan grande como las distintas aldeas que visitaban. Cada vez que salieran de una de ellas el trineo estaría vacío completamente, y, con un toque de ilusión y unas curiosas risas este señor conseguiría que se volviera a llenar de regalos como por arte de magia. Cada vez, a cada paso que andarían juntos Santa Claus le hablaría más y más, le contaría más historias, sobre las personas, sobre los peces, sobre la vida. Todo ello rodeados los dos de un aura especial que sólo la imaginación podía entender. Recorrerían tierras inimaginadas en las que un regalo para un niño sería un plato de comida, y es que en más de la mitad de los pueblos encontrarían que el hambre vencía a las personas, niños sin nada, personas sin hogar, y ahí, en ese trasiego, sería donde Santa Claus le contaría a Miguel el porqué del mundo y de su existencia.

A la mañana siguiente encontró un recipiente de cristal lleno de agua sobre las cenizas de la chimenea. En su interior desfilaba un pez de colores desconocido para él que le escudriñaba al mismo tiempo que agitaba deprisa su cola para cambiarse de lado. Es tu regalo, le dijo su padre, vigilante detrás de la puerta para ver la impresión que hacía en el pequeño. Gracias, contestó, mientras caminaba con la pecera en brazos hacia su cama. Aquel pez le estaba enseñando mucho, le enseñaba a enfrentarse a la soledad, a la realidad, siempre con un toque de lástima, aquel toque del que le había hablado Santa Claus y que no todo el mundo podría entender. Ese pez había sido sacado por la fuerza del seno de su familia, de los suyos, sin un por qué justo.

Pensó en todo lo que le había contado el señor Santa Claus, todo era posible si uno lo deseaba, todo, hasta llenar el trineo de juguetes, de utensilios, de comida que dar a los demás. Todo en este mundo era ilusión, espera, calma, alegría o tristeza. Todo podría llegar, todo podría pasar.

La última vez que la vio fue con heridas y moratones en la cara. Me he caído, hijo, y me he hecho mucho daño, ¿vas a cuidar de mamá? Mientras hablaba lloraba profundamente, Miguel recordaba demasiados gritos en su casa, demasiadas escenas que le daban pena y ganas de llorar, se encerraba en su caparazón del acantilado. Y a la mañana siguiente, bien temprano, su padre le obligaba a salir a faenar para aprender el duro oficio.

Pero aquella navidad no fue como todas las demás. Se acordó de Santa Claus de nuevo, siempre le tenía en mente, inundó de esperanza su futuro, se vistió rápido para subir al acantilado y dejar libre al pez en el agua esperando que encontrara rápido a su familia y mientras se empapaba con la lluvia que apenas le dejaba abrir los ojos dirigió su mirada a los pies del precipicio, comprobando que no muy lejos de donde había caído su pez de colores se encontraba una barca con una persona dentro. Rápidamente, con el corazón saliente, con la sonrisa en la cara repleta de lágrimas y lejos, muy lejos de la lluvia, echó a correr por el camino de bajada hasta llegar a la orilla donde la barca se encontraba atracada y su madre con los brazos abiertos le esperaba. Juntos navegaron acariciados mientras Miguel recibía sus flamantes besos, sus regalos de infancia que tantos y tantos días le hacían dormir. Y durmió dando las gracias a Santa Claus.



3.1.05

Feliz año

Soltemos lastres y admiremos el cielo
echemos a andar hacia el azul, allende
el mar con un pez saltando bajo mi mano
allí donde mi corazón late sin prisa.

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