11.1.05

(...) y una nube rodeaba su cuerpo con fuego, el fuego del deseo, del placer, del abismo insaciable de lo desconocido, llegaba a ser franqueable, se asomaba al otro lado, de hecho manejaba el otro lado a su albedrío, el oscuro de sus intenciones, el ardor de sus labios. Podría pasar sin problemas, vivir hasta ni sabía cuánto algo nuevo, distinto, desconocido. Rompería con su hábito, con el arcén de su fuego, con su voz, su mirada, su piel escurridiza, sus ganas de huir del mundo, del otro. ¿Qué haría? Su decisión le marcaría, sus ganas de escapar le levantaban. Pero su corazón se impuso. Entre llamas una mano femenina se alzaba en señal de ansia por querer cruzarlo, y sin embargo otra sobre su cuerpo le incitaba a quitarse la vida repentinamente por el sufrimiento. De la nada y resplandeciente de luz se alzó por encima del círculo poco a poco hasta divisar por completo el otro lado, y voló en dirección al único deseo que ya poseía por naturaleza propia: su vida. (...)

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