12.7.06

satisfacción

Pudieron pasar muchas cosas aquel día. De conseguir la gloria a hundirse en la miseria, o en la realidad. El campo de fútbol en un colegio siempre es ocupado en los recreos por los mayores, los más fuertes, y los pequeños siempre van fuera, en aquel caso a jugar en la arena. Pues como algo insólito un profesor de los mayores que les dejó salir fuera de su horario mientras presenciaba qué hacían por el patio fue a reunirse con la profesora de los pequeños que descansaba y de paso vigilaba cómo jugaban al fútbol en un horario en el que les pertenecía el gran estadio. Y ante la avalancha de peticiones de sus alumnos de ocupar el terreno por la imposibilidad de echar a los críos, acudió a negociar con la profesora una tregua. Y se inició el partido más serio que llegué a conocer. Como íbamos empatados a dos, el profesor al ver que sudábamos la gota gorda y que sus mayores no sólo no nos ganaban sino que estaban tocados, a cinco minutos del final decidió parar el juego y desempatar a penaltis. Perdíamos tres a dos y me tocó tirar el último. Siempre había admirado a unos cuantos tíos multimillonarios pero ases del balón, como Gullit, y desde bien pronto había comenzado a admirar la perfección de un gran lanzamiento a la portería: nunca me gustaron los que cogía el portero, y por contra todos los que iban lejos, pegaditos a los palos, me chiflaban, aunque hubiera veces que por un poco de mala suerte el poste rechazase el balón hacia fuera. Y yo soñaba con tirar y que la pelota rozara el larguero y se colara dentro. No voy a entrar en el tema de quién habría ganado sin penaltis si hubiésemos jugado cinco minutos más, pero sí en si el balón entró o no porque según mis compis y algunos de los otros fue gol por más de un palmo, lo que pasa es que el profesor se quería ir porque era su hora y no era plan de que tiráramos más penaltis; y además ganaban sus niños. Pues fue muy curioso porque estaba como un flan: todos me miraban y contemplaban la carrerilla que cogía, y la de cosas que se me pasaban por la cabeza, miraba menos la portería que a ellos, había un portero que era el doble de grande que yo y me miraba mal pero yo sabía que estaba nervioso y además sabía que no lo iba a parar; no porque estuviera tan seguro de mí mismo, no, sino porque iba a tirarlo tan ajustadito que o entraba o iba fuera, y ahí estaba el salvoconducto y el tema de todo esto, de mi sueño. Y tras un silencio descomunal, pelotazo, golpe al larguero, de ahí al suelo y del suelo a arriba, en mi dirección, por el efecto. El profesor dijo que no fue gol y todos los mayores gritaron y se abrazaron por ganar. Y yo permanecí ajeno a todo eso. En aquel momento conocí la satisfacción de cerca. La besé en los labios pero me rechazó. Y pese a lo que pese y a la insatisfacción de todos los allí presentes al deducir que habíamos perdido, yo conservaba una sonrisa interior y me relamía una y otra vez sintiendo las cosquillas del orgullo. Después todos nos fuimos, y como casi no hablé con nadie daba por hecho que aquel partido lo ganamos. Y dejando a un lado a los que quedaron tristes, puedo asegurar que yo estaba más contento que los propios mayores que ganaron, porque todo se puede enfocar desde distintos puntos de vista, y mi punto fue el más correcto para mí, y el más ilógico de la situación. Creo que si pudiéramos ver lo que pasó tiempo atrás nos reiríamos mucho. En aquel momento al verme desde mi posición privilegiada de adulto de ahora pensaría en lo tonto que había sido por un lado, y por otro me echaría a llorar por haber sido capaz de sacar partido a lo que nadie sacaba ni saca de una derrota: cumplí mi sueño futbolístico.

Comments:
La felicidad y satisfación de uno mismo no siempre puede ir ligada a la satisfacción de los demás, pero...y lo bien que sabe...

bss cielo ;)
 
pos si, a los demas q les den (en el caso de aquel partido de futbol, claro...)... uffffffff beset ;)
 
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